En este taller de Filosofía para niños, nos adentramos en preguntas fundamentales sobre la identidad, el cambio y lo que nos sostiene como personas. A través de la lectura del libro “¡Quiero la raíz!” de Angélica Sátiro, perteneciente a la colección “El niño sin nombre”, invitamos a los más pequeños a reflexionar sobre conceptos aparentemente simples, pero profundos.
Introducción:
¿Es importante tener un nombre? ¿Por qué? ¿Qué pasaría si no lo tuviéramos?
El nombre como primer vínculo de identidad
— Sí es importante, porque entonces nadie nos podría llamar.
Al profundizar, surgió la idea de que, sin nombre, todos seríamos “niño” o “niña”, y nadie sabría a quién se refiere exactamente. Esta reflexión, aunque sencilla, abre la puerta a entender el nombre como un primer elemento de identidad y reconocimiento.
Una de las participantes trajo un peluche sin nombre, lo que nos llevó a preguntarnos: ¿Debería tener un nombre? Las respuestas revelaron una conexión intuitiva entre el acto de nombrar y la pertenencia:
— Sí, porque sino no sabemos que es de ella.
Aquí, los niños asociaron el nombre con la propiedad, pero también con la identidad: si algo tiene nombre, es único y reconocible.
Raíces visibles e invisibles: el crecimiento y la conexión
“Una raíz es eso que está para que algo pueda crecer”
5 años
Realizamos un experimento sencillo: plantar lentejas en algodón húmedo. Los niños y niñas colocaron las semillas con curiosidad, sin saber exactamente qué ocurriría. En el siguiente encuentro, el cambio fue evidente. Las lentejas habían germinado: pequeños brotes verdes emergían, y al observar con atención, descubrimos que las raíces, blancas y finas, comenzaban a entrelazarse unas con otras, como si se conectaran entre sí.
Este experimento permitió a los niños observar directamente cómo las semillas, con los cuidados adecuados (agua, luz y tiempo), inician su proceso de crecimiento.


A través de imágenes del bote “Thauma”, clasificamos y comparamos raíces bajo la pregunta “¿Cuales son o tienen raíces?”: desde las comestibles (zanahoria, remolacha) hasta las que no lo son.
– Una rosa necesita de una raíz para que pueda crecer y ser una rosa.
– También el plátano. Si el árbol del plátano no tiene raíces no pueden nacer los plátanos.
Pero la pregunta clave surgió al excluir el corazón y el bebé:
-¿Las personas tenemos raíces? ¿Dónde creéis que está?
Nos imaginamos que tenemos raíces en los pies y, nos movemos como las plantas cuando hace viento, llueve, hace sol y cuando viene un vendaval, el cual nos tira al suelo. Esto nos sugiere que las personas no tenemos raíces porque nos podemos mover libremente y no permanecemos siempre en el mismo lugar como las plantas. Aunque no estamos anclados al suelo, algo nos une a nuestro pasado, a nuestra familia y a nuestra historia. Al igual que las plantas, las raíces nos sostienen y nos conectan con algo más grande. Veámoslo.
El árbol genealógico: raíces que no se ven
La tercera parte del taller buscó materializar esa idea: las raíces humanas son invisibles, pero nos conectan. Construimos un árbol genealógico, donde cada niño y niña incluyó a sus abuelos, tíos, padres, mascotas y a sí mismos. Las preguntas fluyeron:

— ¿De dónde nacemos nosotros? ¿Y nuestros padres? ¿Qué nos une con nuestros abuelos?
Descubrimos que hablar de raíces es hablar de familia, pero también de países, lenguas y culturas. Localizamos en un mapa los orígenes de nuestras familias (Alemania, Venezuela, España, Colombia…) y se introdujo la idea sobre cómo esos vínculos nos definen (familia-nacionalidad/pais)


Cierre: analogías y autoconocimiento
– Si tu familia fuese un animal, ¿cuál sería y por qué?
— Un T-Rex, porque hay familia que ya no está y otros son como fósiles.
— Un papagayo, porque habla mucho.
— Un pez, porque cruzó un océano para llegar hasta aquí.
— Un flamenco, porque nos apoyamos, aunque sea con una pata.
— Un toro, porque es valiente.
— Un camaleón, porque cambia de colores
— Un león, porque es feroz y somos como una manada todos juntos.
Conclusión: raíces como autoconocimiento
En este taller, nos acercamos de manera introductoria y lúdica a conceptos como la identidad, la pertenencia y el legado. Muchos de estos temas se abordaron de forma superficial, adaptada a la edad y la curiosidad natural de los niños y niñas. No se profundizó en definiciones abstractas, pero sí se sembraron preguntas que invitan a reflexionar: ¿de dónde venimos? ¿Qué nos une a los demás? ¿Cómo nos definen nuestras raíces, aunque no las veamos?
Conocer nuestras raíces puede ser un primer paso para conocernos a nosotros mismos, para reconocer de dónde venimos, qué nos conecta con los demás y cómo esas relaciones —familiares, culturales, lingüísticas— forman parte de nuestra vida cotidiana.
La filosofía para niños, especialmente a estas edades, no busca ofrecer respuestas definitivas, sino despertar la curiosidad. Como las raíces de un árbol, algunas ideas quedan plantadas, listas para crecer y explorarse con el tiempo. No sé si todos entendieron el concepto en su totalidad, pero la semilla está ahí: la pregunta, la duda, el asombro ante lo que nos sostiene y nos hace únicos.
Libros recomendados:
Quiero la raíz, Angélica Sátiro
El hilo invisible, Míriam Tirado
Abuela, háblame de ti. También en versión abuelo, papá y mamá. Un libro para rellenar y escribir recuerdos, etc. Muy interesante.
Toda mi familia, Gerda Raidt
Calista y el misterio del yo, Ester Guirao

Estos talleres se llevan a cabo en colaboración con ESPACIO ESPIRAL
Comparte: